La casa huele a grano de
café recién molido. En el centro de la estancia esperan dos jóvenes de aproximadamente
mi edad. Soy una persona orgullosa, así que decido caminar lo más firme que
puedo hasta el centro de la habitación sin levantar la mirada del suelo, y oigo
que uno de ellos se ríe. Me sube la bilis a la garganta.
-Me llamo Dylan. -dice el otro, ofreciéndome la mano.
Hace tiempo que no estrecho la mano de nadie, pero
acepto la suya, dubitativa, y la sacudo tres veces.
-Mia Lee Castro. -Logro pronunciar.
-¿Estás bien? -El joven busca mis ojos y me veo
obligada a encontrarme con los suyos; penetrantes y oscuros, perfectamente
encajados.
-Claro. -Espero que no se haya percatado de lo mucho
que me están sudando las manos.
-Adam. -Dice el otro, con una sonrisa vacilante y
pícara.
De algún modo, no me
sorprende en absoluto que no se haya acercado a mí para apretarme la mano; no
parece muy educado, pero se lo agradezco. Respiro hondo y ocupo una de las
sillas que rodean la enorme mesa que había sido adornada cuidadosamente.
La señora Huron se me
queda mirando unos instantes antes de asentir con la cabeza. Debe de haber resultado
muy violento el ocupar asiento sin apenas tratar de establecer conversación con
alguno de ellos. Preocupada, busco la sonrisa de aprobación de Ginebra y pronto
la obtengo. Todo está bien.
Lydia Huron comienza a
repartir la comida: un enorme pollo asado con patatas cocidas y pimientos
verdes. Segundos después, Dylan se le une.
Intento sonreír de manera
convincente cuando me entregan el plato, y parece que he convencido a Dylan y a
Lydia. Sin embargo, Adam me examina cuidadosamente. Esos ojos verdes me
resultan inquisidores.
-Tu pelo es muy negro... -Suelta Adam.
-Sí, supongo -Trato de
mantener la compostura. Si fuera por mí, ya habría abandonado la mesa; no puedo
quitarme de la cabeza su risa al verme pasar. Me siento realmente tonta.
- ¿A qué instituto vais? –
Ginebra se percata de mi incomodidad y desvía el tema.
- Al Lowell. -Responde.
- Mia hizo solicitud en
ese mismo hace un par de semanas. -Grazna.
- Con ese físico podrías
ser animadora. -Responde, y sonríe -. Yo juego al fútbol.
Él tiene el cuerpo
endurecido por el ejercicio y el vello del pelo le asoma por la camisa negra
que viste. Y sí, Mia Lee Castro es una joven que babea con los hombres, aunque
nunca se atreva a confesarlo.
- Esta noche Brittany da
una fiesta -Dylan interviene en la conversación -, podrías venir y así conocer
gente.
En lugar de responder,
sonrío.
- ¡Qué gran idea! -Exclama
Lydia, haciendo aspavientos con las manos.
Quiero gritar <<
¡No! >>, sin embargo, bajo la mirada, me arden las mejillas. No quiero
conocer gente, quiero pasar desapercibida. De todos modos, es una buena
oportunidad para cumplir uno de los puntos de la lista de propósitos. No, no
estoy preparada.
La cena finaliza y Lydia
nos despide en la puerta.
- Tómate tu tiempo, ¿vale?
-Dice Ginebra al llegar a nuestro portal.
Y atraviesa la puerta.
Me quedo sentada en el
banco, bajo la tenue luz del farol. Me saco un papelito del bolso y con un
lapicero escribo lo que será el comienzo de mi diario poético en Instagram; como en los viejos tiempos:
<<Scintilla>>.
Leer aquellas historias
escondidas entre peluches y cajas vacías es, definitivamente, mi oxígeno. Sin
embargo, esta noche, dejaré de leer escenas perfectas protagonizadas por otros
para escribir la mía. Por supuesto, con Adam Huron. Guardo el papel en el bolso
y entro en casa.
La tinta corre veloz por el papel de la vieja libreta, plasmando mis pensamientos en este lienzo blanco. Me agobia de nuevo el mismo sentimiento de siempre, la sensación de que mi vida no me pertenece a mí sino a otras personas. A mis padres, que esperan de mí una hija que no puedo llegar a ser puesto que no soy como ellos creen; a una sociedad que quiere hacerme encajar en la estructurada imagen que ha creado; al destino, al universo o a lo que quiera que sea que pende sobre nosotros, esperando para dejar caer el filo de la muerte sobre nuestro cuello.
Por suerte, la escritura siempre me ayuda a liberar esos sentimientos y sentirme ligera y vivaz de nuevo. Aunque no es tan sencillo, amo la escritura tanto como me angustia. Es mi medicina y es mi enfermedad.
- No sabía que
escribes. – Una voz me saca de mis ensoñaciones y me hace dar un respingo.
Me giro sin saber qué esperar, ¿quién me conoce aquí
además de mi familia? Al fin y al cabo, llevo años sin pisar este pueblo. Me
encuentro con unos brillantes ojos esmeralda que me observan atentamente.
- ¿Noah? ¿Qué haces
aquí? – Pregunto sorprendida. El chico lleva tanto tiempo como yo sin veranear
en Cambria, puede que incluso más.
- Pasear un poco con
el enano, que no para quieto. – Una pequeña cabeza de rizos castaños como los de
Noah asoma desde detrás del mismo y unos ojos marrones llenos de inocencia me
observan.
- Hola. – Saluda el
pequeño tímidamente.
- ¿No te acuerdas de
ella, Gabe? – Le pregunta Noah a su hermanito. El pequeño era poco más que un
bebé cuando la familia de Noah había dejado de veranear en el pueblo, era
difícil que se acordase de mí a pesar de que Noah y yo nos pasábamos las tardes
juntos.
- No, soy Gabriel. –
Dice el niño tendiéndome su manita.
- Encantada, Gabriel.
Yo soy Cordelia. – Respondo con una amplia sonrisa.
El pequeño me sonríe y tira de la camiseta de su
hermano para llamar su atención.
- ¿Puedo ir a jugar
con esos niños? – Pregunta con ojitos de cachorro.
- Anda ve, revoltoso, que es lo que eres. – Le responde su hermano, revolviéndole los rizos. - ¿Te
importa si me quedo contigo mientras?
- No, no, siéntate.
– Respondo señalando la arena a mi lado.
No puedo escribir teniendo a alguien a mi lado, hace
que me sienta extremadamente incómoda y sea incapaz de formular una frase, pero
me apetece hablar con Noah. Es extraño, éramos prácticamente inseparables de
pequeños. En verano, claro, porque durante el curso íbamos a colegios distintos
en San Francisco. Igual que ahora asistíamos a institutos diferentes. La
mayoría de las veces los recuerdos del pueblo de verano iban ligados a
recuerdos de Noah, me pregunto si aún podemos recuperar esa confianza o si me
sentiré con él tan extraña como cuando hablo con otras personas.
- Bueno, ¿qué
escribes?
- Nada, cosas… -
Respondo apretando la libreta instintivamente contra mi pecho para protegerla
de miradas furtivas.
- Con secretismos,
¿eh? – Me dice Noah con una sonrisa traviesa.
- Intenta quitarme
el cuaderno y no vuelves a sonreír en tu vida. – Amenazo viendo venir sus
intenciones.
- Vale, vale. – Alza
las manos en señal de rendición. – De todas formas, te entiendo, yo tampoco
enseño mis dibujos.
- ¿Tú dibujas?
¿Desde cuándo? – No me esperaba eso de Noah, claro que en cinco años pueden
pasar muchas cosas.
- Desde hace un par
de años. La profesora de arte dijo que se me daba bien y que debería seguir y,
no sé, le hice caso y aquí estoy. – Responde encogiéndose de hombros y
sonriéndome.
Le miro y asiento, sin saber muy bien qué decir. Suele
pasarme, no soy la mejor persona para mantener conversaciones y, desde luego,
menos aún si acabo de conocerte. En parte me siento así; una parte de mí, la de
la niñez en la playa, siente que conoce a Noah a la perfección; la otra, la
adolescente confusa e insegura, siente que está conociendo a una persona
diferente.
- ¡Noah, Noah, Noah!
– Gabriel viene corriendo hacia nosotros.
- ¿Qué, qué, qué? –
Responde su hermano poniendo los ojos en blanco, sabe que el pequeño quiere
algo.
- ¿A que me compras
un helado? – Dice el niño con una sonrisa de oreja a oreja.
- Como sabía que
ibas a decir eso, el crío siempre quiere comida. – Suspira Noah, levantándose. -
¿Vienes?
Miro a mi alrededor inconscientemente, buscando a la
persona a la que se dirige Noah. Escucho cómo se ríe él.
- Te lo digo a ti
Cordelia, no hay nadie más.
- Oh, eh…claro, sí,
sí. – Siento el calor subir a mis mejillas, debo estar rojísima. Claro que me
hablaba a mí, qué estúpida soy. Es lo que tiene no estar acostumbrada a que te
inviten a hacer cosas.
Me levanto, todavía un poco avergonzada, y alcanzo a
Noah que ha tenido que salir corriendo detrás de su hermano, el chiquillo está
impaciente por tener su helado.

No hay comentarios:
Publicar un comentario