lunes, 27 de agosto de 2018

CAPITULO 3

Subo las escaleras y me encierro de inmediato en mi habitación. Enciendo las luces que surcan la litera y me dejo caer en el puf de pelo sintético de debajo de la cama. Suspiro. No puedo apartar de mi mente la imagen de Adam Huron, con un traje victoriano, paseando por los abruptos acandilados británicos. Vuelvo a suspirar. Me dirijo a la ventana. Me detengo. Podrían verme. Por instantes siento como el corazón golpea mis costillas y experimento los cólicos típicos del primer día de instituto. Decido acercarme y mover unos milímetros el estor, lo suficiente para ver a mi Huron. De pronto todo se detiene: los cólicos, el corazón, incluso las preciosas bombillas. No es a Adam a quien veo, sino a Dylan. Cuando logro recuperar la compostura, ya es tarde, Dylan me sonríe. Levanto el brazo y tiro bruscamente de la cortina.  
- ¿Qué estás haciendo? -La voz de Ginebra interrumpe mi ensimismamiento.
- ¿Qué iba a estar haciendo? -Intento disimular.
- Cada día me sorprendes más… -Dice-. ¿Qué haces todavía así?
- ¿Todavía? -Pregunto. Parecía que nos habíamos puesto de acuerdo para basar nuestra conversación en una constante sucesión de incógnitas.
- ¡Te han invitado a una fiesta! -Grita, demostrando frustración.
- No iré a una reunión de borrachos rebosantes de hormonas revolucionadas por voluntad propia. -Rebato.
Ginebra hace una mueca de indignación y trepa la litera.
- Además, ya tengo planes. -Añado.
- Déjame adivinar -Se frota el mentón suavemente -. Series, películas, libros…
- Instagram.
- ¿Qué estás diciendo Mia Lee? 
- Aquí -Saco mi teléfono del bolsillo -. Instagram, Ginebra.
- Lo que decía: cada día me sorprendes más. -Abre los ojos, sonríe y me acaricia la mejilla. Después abandona la estancia.
El resto de la noche me dispongo a elaborar la primera publicación de mi diario poético. A veces me pregunto el porqué de ese título, es cierto que es una especie de historia que relata mi vida o algún suceso importante, pero… ¿poético? Supongo que fue porque con siete años aún no sabía que era la poesía. O tal vez sí, y fue un impulso del subconsciente. Yo prefiero darle otra explicación, que por supuesto, no es la que interpreté por entonces: la vida de los seres humanos es pura poesía; algunas dramáticas, dichosas, tétricas y otras tediosas. La mía es un conjunto de todo. Un completo desastre.
Ginebra me dijo que en San Francisco tendría oportunidad de cambiar todo, sin embargo, en la maleta no sólo he traído mis pertenencias físicas; mis traumas y miedos también tenían billete.  


- Aquí tienes. – Noah me tiende un cucurucho con una gran bola de helado de vainilla. 
Le miro, sorprendida, y sonrío. No esperaba que recordase que el helado de vainilla es mi favorito. En realidad, cualquier cosa relacionada con la vainilla me encanta. Las velas que desprenden su aroma son mi perdición.
- Tengo buena memoria. – Responde Noah, encogiéndose de hombros mientras empieza a lamer su helado. Es de chocolate y menta.
 ¿Todavía te gusta esa asquerosidad? – Respondo, arrugando la nariz levemente.
 Perdona pero esto es una delicia culinaria. – Me responde, balanceando el helado ante mis ojos.
- Más bien es una aberración del mundo de la comida. – Respondo, apartando su mano.
 Al menos compenso mi mal gusto con una cara bonita y mucho carisma, ¿cuál es tu excusa?
- No necesito excusa, la vainilla está rica. – Respondo. Pienso en vacilarle, pero no encuentro ninguna respuesta ocurrente. La verdad es que sí, me parece guapo, pero tampoco voy a decírselo, no estoy aquí para subirle el ego.
- Pues el chocolate es el rey de todos los helados, yo gano. – Dice de repente Gabriel, y no puedo evitar reír ante la ocurrencia del pequeño.
Me acompañan hasta la casa y se despiden, desapareciendo por la esquina que gira hacia la derecha. Miro la hora en el móvil y subo a mi habitación corriendo. Casi llego tarde. 
Entro en la diminuta habitación y me descalzo. Mis pies entran en contacto con las frías losas blancas con intrincados dibujos negros que cubren el suelo. Cojo el ordenador y me siento sobre la cama, sobre la sábana a rayas grises y blancas; rodeada por varios cojines azul celeste y blanco. 
Mientras espero pacientemente observo la pequeña cómoda de madera que hay junto a la cama, todavía reposan sobre ésta las fotos que mi abuela colocó años atrás. Fotos de la familia: mi abuelo, al que nunca había conocido; mis padres, de jóvenes, apoyados en la carrocería de un coche rojo; Tommy y yo en la playa, cuando él tenía seis años y yo cuatro.
Un sonido procedente del ordenador me avisa de que estoy recibiendo una llamada por Skype. Pulso el botón de aceptar la llamada, emocionada, y tres caras me sonríen desde la pantalla del ordenador.
- Hola americanitos. – Saluda Isabel con su acento español.
- ¡Hola! – Responde Jessamine, moviendo la mano efusivamente.
Jake simplemente asiente con la cabeza a modo de saludo y yo sonrío. Me encantan estos momentos, cuando volvemos a estar los cuatro. Durante el curso pasado la española había llegado a nuestro instituto como una estudiante de intercambio y, pronto, la amistad había surgido entre los cuatro. Sin embargo, este año seremos sólo Jess, Jake y yo. Estoy segura de que no será lo mismo sin Isabel, nos falta una pieza en el grupo si ella no está.
Los minutos pasan rápidamente y la conversación fluye entre risas y anécdotas. Una luz parpadea en mi móvil, llamando mi atención. Enciendo la pantalla y veo la notificación de Instagram:“@noahthegoof te ha seguido”. Pulso la notificación, intrigada, y el perfil se abre. Sonrío al ver que es Noah y lo sigo de vuelta.
- Estás muy callada Delia, ¿pasa algo? – Pregunta Isabelle. A veces me llaman Delia, es el mote cariñoso que habían decidido ponerme.
- No, nada, Izz. – Le respondo.
- Le está sonriendo al móvil, ésta ha ligado. – Suelta Jess sin rodeos.
- Fijo que sí, tienes que llevarnos a ese pueblo tuyo, C. – Dice Josh. – A ver si tenemos la misma suerte.
 No es eso. – Respondo, poniendo los ojos en blanco.
- ¿Y qué es entonces?
- Una nueva amistad. – Digo, encogiéndome de hombros. 


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