Subo
las escaleras y me encierro de inmediato en mi habitación. Enciendo las luces
que surcan la litera y me dejo caer en el puf de pelo sintético de debajo de la
cama. Suspiro. No puedo apartar de mi mente la imagen de Adam Huron, con un
traje victoriano, paseando por los abruptos acandilados británicos. Vuelvo a
suspirar. Me dirijo a la ventana. Me detengo. Podrían verme. Por instantes
siento como el corazón golpea mis costillas y experimento los cólicos típicos
del primer día de instituto. Decido acercarme y mover unos milímetros el estor,
lo suficiente para ver a mi Huron. De pronto todo se detiene: los cólicos, el
corazón, incluso las preciosas bombillas. No es a Adam a quien veo, sino a
Dylan. Cuando logro recuperar la compostura, ya es tarde, Dylan me sonríe.
Levanto el brazo y tiro bruscamente de la cortina.
- ¿Qué
estás haciendo? -La voz de Ginebra interrumpe mi ensimismamiento.
- ¿Qué
iba a estar haciendo? -Intento disimular.
- Cada
día me sorprendes más… -Dice-. ¿Qué haces todavía así?
- ¿Todavía?
-Pregunto. Parecía que nos habíamos puesto de acuerdo para basar nuestra
conversación en una constante sucesión de incógnitas.
- ¡Te
han invitado a una fiesta! -Grita, demostrando frustración.
- No
iré a una reunión de borrachos rebosantes de hormonas revolucionadas por
voluntad propia. -Rebato.
Ginebra
hace una mueca de indignación y trepa la litera.
- Además,
ya tengo planes. -Añado.
- Déjame
adivinar -Se frota el mentón suavemente -. Series, películas, libros…
- Instagram.
- ¿Qué
estás diciendo Mia Lee?
- Aquí
-Saco mi teléfono del bolsillo -. Instagram, Ginebra.
- Lo
que decía: cada día me sorprendes más. -Abre los ojos, sonríe y me acaricia la
mejilla. Después abandona la estancia.
El resto de la noche
me dispongo a elaborar la primera publicación de mi diario poético. A veces me pregunto el porqué de ese título, es
cierto que es una especie de historia que relata mi vida o algún suceso
importante, pero… ¿poético? Supongo que fue porque con siete años aún no sabía
que era la poesía. O tal vez sí, y fue un impulso del subconsciente. Yo
prefiero darle otra explicación, que por supuesto, no es la que interpreté por
entonces: la vida de los seres humanos es pura poesía; algunas dramáticas,
dichosas, tétricas y otras tediosas. La mía es un conjunto de todo. Un completo
desastre.
Ginebra me dijo que en
San Francisco tendría oportunidad de cambiar todo, sin embargo, en la maleta no sólo
he traído mis pertenencias físicas; mis traumas y miedos también tenían billete.
- Aquí tienes. – Noah me tiende un cucurucho con una gran bola de helado de vainilla.
Le miro, sorprendida, y sonrío. No esperaba que
recordase que el helado de vainilla es mi favorito. En realidad, cualquier cosa
relacionada con la vainilla me encanta. Las velas que desprenden su aroma son
mi perdición.
- Tengo buena
memoria. – Responde Noah, encogiéndose de hombros mientras empieza a lamer su
helado. Es de chocolate y menta.
- ¿Todavía te gusta
esa asquerosidad? – Respondo, arrugando la nariz levemente.
- Perdona pero esto es una delicia culinaria. – Me responde, balanceando el helado ante mis
ojos.
- Más bien es una
aberración del mundo de la comida. – Respondo, apartando su mano.
- Al menos compenso
mi mal gusto con una cara bonita y mucho carisma, ¿cuál es tu excusa?
- No necesito
excusa, la vainilla está rica. – Respondo. Pienso en vacilarle, pero no
encuentro ninguna respuesta ocurrente. La verdad es que sí, me parece guapo,
pero tampoco voy a decírselo, no estoy aquí para subirle el ego.
- Pues el chocolate
es el rey de todos los helados, yo gano. – Dice de repente Gabriel, y no puedo
evitar reír ante la ocurrencia del pequeño.
Me acompañan hasta la casa y se despiden,
desapareciendo por la esquina que gira hacia la derecha. Miro la hora en el
móvil y subo a mi habitación corriendo. Casi llego tarde.
Entro en la diminuta habitación y me descalzo. Mis
pies entran en contacto con las frías losas blancas con intrincados dibujos
negros que cubren el suelo. Cojo el ordenador y me siento sobre la cama, sobre
la sábana a rayas grises y blancas; rodeada por varios cojines azul celeste y
blanco.
Mientras espero pacientemente observo la pequeña
cómoda de madera que hay junto a la cama, todavía reposan sobre ésta las fotos
que mi abuela colocó años atrás. Fotos de la familia: mi abuelo, al que nunca
había conocido; mis padres, de jóvenes, apoyados en la carrocería de un coche
rojo; Tommy y yo en la playa, cuando él tenía seis años y yo cuatro.
Un sonido procedente del ordenador me avisa de que
estoy recibiendo una llamada por Skype. Pulso el botón de aceptar la llamada,
emocionada, y tres caras me sonríen desde la pantalla del ordenador.
- Hola americanitos.
– Saluda Isabel con su acento español.
- ¡Hola! – Responde
Jessamine, moviendo la mano efusivamente.
Jake simplemente asiente con la cabeza a modo de
saludo y yo sonrío. Me encantan estos momentos, cuando volvemos a estar los
cuatro. Durante el curso pasado la española había llegado a nuestro instituto como una
estudiante de intercambio y, pronto, la amistad había surgido entre los cuatro.
Sin embargo, este año seremos sólo Jess, Jake y yo. Estoy segura de que no será
lo mismo sin Isabel, nos falta una pieza en el grupo si ella no está.
Los minutos pasan rápidamente y la conversación fluye
entre risas y anécdotas. Una luz parpadea en mi móvil, llamando mi atención.
Enciendo la pantalla y veo la notificación de Instagram:“@noahthegoof te ha seguido”. Pulso la notificación, intrigada, y
el perfil se abre. Sonrío al ver que es Noah y lo sigo de vuelta.
- Estás muy callada
Delia, ¿pasa algo? – Pregunta Isabelle. A veces me llaman Delia, es el mote
cariñoso que habían decidido ponerme.
- No, nada, Izz. –
Le respondo.
- Le está sonriendo
al móvil, ésta ha ligado. – Suelta Jess sin rodeos.
- Fijo que sí,
tienes que llevarnos a ese pueblo tuyo, C. – Dice Josh. – A ver si tenemos la
misma suerte.
- No es eso. –
Respondo, poniendo los ojos en blanco.
- ¿Y qué es
entonces?
- Una nueva amistad.
– Digo, encogiéndome de hombros.

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