A la mañana siguiente
Ginebra está observándome al lado de la cama con un inmenso globo de helio
color rosa.
- ¡Primer día de
instituto!
Gruño y me doy la vuelta.
- Vamos… -Noto como se sienta
en la cama y comienza a deslizar sus dedos por mi pelo; siempre le ha gustado
lo lacio y negro que es. De pequeñas, se pasaba las tardes enteras peinándome. Decía
que yo era su clienta, y ella, supuestamente, la peluquera.
- Te he preparado la ropa.
-Su dedo apunta a los pies de la cama.
Abro el ojo derecho y hago
ademán de mirar.
- ¡No pienso ponerme una
camisa de helados! -Salto de la cama.
- Bueno, vale -Levanta los
brazos en señal de derrota -, escoge tú.
Cuando mi hermana cierra
la puerta tras de sí fijo la mirada al armario empotrado. La manga de una chaqueta
de punto se ha quedado pillada. Si tuviera cinco años pensaría que se trata de
un monstruo; pero, ahora, sé que el verdadero monstruo es tener que escoger un
conjunto que no sea ridículo.
Acepto el reto.
Después de probarme
bastantes camisetas, me he decidido por un vestido que se entalla en la cintura
de color mostaza. Al mirarme al espejo, siento que falta algo, así que además
de unas converse negras, decido añadir un pañuelo de estampado floral para el cuello.
Cuando bajo las escaleras,
Ginebra continua con el globo en la mano mientras que con la otra come cereales
con leche.
- ¿Pañuelo en pleno
verano? -Opina, subiendo el mentón para evitar que salgan los cereales de su
boca.
- El pañuelo es un básico
-Le digo, muy digna.
Ginebra alza una ceja y un
segundo después continúa engullendo.
Cojo la mochila de cuero
y salgo por la puerta.
- Desayunaré en el
instituto.
A decir verdad, esperaba
que todo el mundo se percatara de mi presencia, sin embargo, nadie se ha inmutado.
En clase todo ha sido muy normal. Los profesores se han presentado y nos han
dado unas tablas con la programación de sus clases. Pero, hay algo que no es
normal: los Huron están en mi aula. Adam, como
era de esperar, ocupa los últimos asientos, y Dylan se sienta por el centro de la
misma, al lado de mi pupitre.
Al sonar el timbre
respiro, agotada. Es hora del almuerzo.
Me encuentro comiendo un sándwich
de queso cuando veo entrar a Adam Huron, rodeado de gente de su misma calaña, y
entre ellos, Dylan. Mi Huron se sostiene sobre los hombros de dos chicas que no
paran de sonreír. Una de ellas es Brittany. Lo sé porque vi un cartel con su
cara de barbie por el pasillo. Al parecer ya empiezan a hacer campaña para el
Winterfest. Parece un maldito arándano rojo con esa ropa. Sin darme cuenta, he
clavado las uñas en el pan.
Parece que todos quieren
a mi Adam Huron.
Me siento en una de las mesas del final
de la clase, junto a la ventana. Mientras observo los diversos coches que van
llenando el aparcamiento, escucho la voz de Jess. No distingo lo que dice, solo
percibo un murmullo. Y carcajadas, muchas carcajadas.
-Qué buen día, ¿verdad? – Dice, sonriente, cuando al fin suena el timbre y entra en la clase.
-Si tú lo dices… - Me froto los ojos en
un intento por hacer desaparecer el sueño.
Jess me ha hecho levantarme antes esta
mañana para llegar pronto y poder hablar con Hunter. No coincidimos en ninguna
clase con él este año, así que si quiere verlo tiene que ser en los ratos
libres. La comprendo, pero una pequeña parte de mí quiere matarla por haberme
hecho madrugar después de habernos quedado dormidas a las cuatro de la mañana.
Jake aparece por la puerta, tarde, como siempre, y se sienta en el pupitre que
hay detrás del mío. Nos sonríe y nos saluda con un gesto de la mano que
nosotras devolvemos. No hay tiempo para más, porque empieza la clase.
Las primeras horas pasan lentamente,
mientras lucho por resistir el sueño. Historia y literatura son clases que
suelen gustarme, pero hoy solo quiero llegar a casa y descansar. Por fin, suena
el timbre que señala que es la hora del almuerzo. Entramos en el gran comedor y
ocupamos nuestra mesa habitual, en el lado opuesto a las ventanas, cerca de la
barra donde las cocineras sirven la comida.
-¿Esperas que se apunte mucha gente al
periódico este año? – Me pregunta Jake mientras muerde una patata frita.
-No, la verdad. Supongo que seremos
pocos, como el año pasado. – Respondo, encogiéndome de hombros.
-Lo mismo digo. Bueno, al menos así no
tendré competencia como presentador.
Sonrío. Jake es el presentador de la
radio del instituto y yo dirijo el periódico desde el año pasado. Para ser
sinceros, si no fuera porque Jake lo ha mencionado, ni me habría acordado de
que tenía que ocuparme de eso hoy. Tengo que quedarme después de clase y colgar
el cartel para la gente que quiera apuntarse.
Y eso hago cuando suena el timbre tras
la última hora, abro la puerta de la redacción del periódico con la llave que
acabo de recoger en conserjería. Los estores de dos de las tres ventanas
permanecen cerrados, por lo que la habitación está en penumbra. Es pequeña,
sólo hay cinco mesas. Tres de ellas están ocupadas por viejos ordenadores de
escritorio y sobre una reposa la antigua máquina de escribir. La otra es mi
escritorio, alargado y de madera oscura, que suele estar atestado de papeles y
documentos.
Me acerco a la impresora que hay sobre
un mueble archivador junto a una de las ventanas. Introduzco el pendrive y saco
el móvil de mi bolsillo mientras espero a que se imprima el cartel. Tengo un
mensaje de Jess.
“Tú y yo. El centro
comercial. Mañana. Piénsalo”
El mensaje va acompañado por una pequeña
carita amarilla que guiña el ojo. Le respondo que me parece bien y recojo el
papel que la impresora acaba de expulsar. Fijo el cartel en el corcho del
pasillo con una chincheta, al lado de un cartel que anuncia las pruebas para el
club de atletismo. Y desaparezco por el pasillo, de camino a casa al fin.

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