miércoles, 5 de septiembre de 2018

CAPITULO 9



De camino a casa Dylan no pronuncia ni una palabra, al igual que yo. Cuando llegamos a mi portal, para en seco y apaga el motor del coche. Intuyo que quiere hablar conmigo, así que espero unos segundos antes de salir por la puerta. Dylan me mira buscando una explicación a todo lo ocurrido.
- ¿Qué? -Respondo, alzándome de hombros, cuando en verdad quiero decir: <<Siento haber actuado así>>.
- Mia Lee… -Se aclara la garganta y prosigue – confía más en ti misma.
Me llevo las manos al pecho, escandalizada, a sabiendas de que lleva toda la razón.
- Confía más en ti misma. -Me burlo -. A un cliché como tú estas cosas no le pasan, ¿verdad? Adam y tú tenéis una vida perfecta.
Dylan se sume en el silencio. Estoy segura de que no va a responder. Me apeo del coche con el corazón a punto de salirse de mi pecho.

Al llegar a mi habitación, esa sensación de encajar en un grupo se ha esfumado. Me tiendo en la moqueta y me abrazo el móvil al pecho. Sin pensarlo dos veces, me tomo una foto y la subo a Instagram.
Actualización: He durado menos de cinco minutos en una fiesta, ¿eso puede considerarse un avance? Además, he confirmado que Brittany adora a Adam. Y Adam se adora a sí mismo. No puedo competir con La Arandano, y menos aún con mi vecino”.
Foto subida.
A veces pienso que, si alguna vez se llegaran a desvelar estas fotos, me moriría. Son demasiado privadas. Por ahora, sólo sé que se guardan en algún sitio. En la nube o algo así.
Vibra el móvil. Es Ginebra. Por su mensaje, sé que vendrá a media noche:
“Cierra bien la puerta”.

Esa noche preparo el desayuno para Ginebra y para mí. Sé que adora los tacos mejicanos de carne de pollo, así que hago dos. El suyo con extra de cebolla y el mío con extra de chile. Papá y mamá solían decir que desayunar tacos no era lo más sano del mundo; sin embargo, sigo preparándolos. Me tumbo en el sofá después de comprobar la puerta y muerdo una tortilla de maíz que ha sobrado. Pocos segundos después me quedo dormida. 


Jess detiene su Jeep blanco ante la puerta de mi casa. La luz de las farolas de la calle ilumina el camino de entrada. No hay ningún coche aparcado delante del garaje ni luces encendidas en la casa, por lo que supongo que mis padres aún no han vuelto del trabajo.
-Buenas noches, Delia. – Me dice Jess dándome un rápido abrazo de despedida.
-Nos vemos mañana. – Respondo yo mientras bajo del coche.
Estoy llegando a los escalones de la entrada cuando vuelvo a escuchar su voz.
- ¡Y piensa en lo de la cita! – Me grita con la cabeza asomada por la ventanilla.
Levanto la mano con el pulgar hacia arriba como única respuesta y meto la llave en la cerradura. Subo las escaleras que llevan al segundo piso a todo correr, sin encender la luz si quiera. Solo me tranquilizo cuando entro en mi habitación y cierro la puerta. Será una tontería, pero estar sola en la casa aun me asusta un poco.
 Me descalzo y me lanzo sobre la cama. Permanezco un rato así, tumbada, con la mirada clavada en el techo blanco. Pienso en la propuesta de Jess. A pesar de que no termina de convencerme, una pequeña parte de mí se siente ilusionada por la idea. Pero, ¿por qué? Estoy bien sola, siempre ha sido así. No es que no me gusten las historias de amor, llevo desde que aprendí a leer leyéndolas, pero protagonizar la mía propia me asusta.
Un bulto blanco cae de repente sobre la cama y doy un respingo.
- ¡Náyade! – Exclamo al reconocer a la gata, todavía con una mano sobre el corazón por el susto.
La gata se desliza con parsimonia sobre la cama hasta posar su cabeza sobre mi pierna. Yo le acaricio el pelaje, haciendo que se relaje y emita suaves maullidos.
-De todas formas, no puedo proponerle algo así a Noah. Hasta hace un par de días, llevaba años sin saber nada de él. Y no me gusta, ¿verdad? Solo es un viejo amigo. – Le digo a la gatita, que me observa con sus ojos del color del mar. – Sin embargo…
Me muerdo el labio y miro el móvil, que dejé tirado sobre la cama. Lo alcanzo y abro la aplicación de Instagram. Entro en el perfil de Noah y me quedo con el pulgar oscilando sobre el botón de “Enviar mensaje”. Pero, finalmente, niego con la cabeza y cierro la aplicación. Es entonces cuando me percato de que tengo una notificación de Gmail; es el director del instituto, que me manda un correo pidiendo que me encargue de organizar el baile de invierno.
Suspiro, como encargada del periódico escolar, ya me lo había pedido el año anterior y había accedido. Le respondo afirmativamente y me recuesto en la cama. Organizar un baile es más difícil de lo que parece y ocupa bastante tiempo, pero disfruto viendo a la gente divertirse gracias a algo en lo que he participado. Y, de todos modos, queda mucho para el Winterfest, ya tendré tiempo de pensar en su preparación. Cierro los ojos y no tardo mucho en quedarme dormida, con los bigotes de la gata haciéndome cosquillas en la pierna. 




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