He pasado la tarde
acondicionando mi dormitorio. Ahora hay dos espacios perfectamente definidos:
la zona de la cama y el puf, y la de estudio frente a la ventana. Ginebra dice
que para obtener buenas calificaciones lo primero es tener un espacio
especialmente dedicado a la escuela, evitando las distracciones. Y es cierto. En
la casa de Carolina del Norte solía hacerlo en el salón, ya que papá y mamá trabajaban
todo el día y nadie interrumpía mis horas de estudio. Después de recibir la
carta el día de mi cumpleaños, decidimos mudarnos a casa de mis tíos mientras se
arreglaban todos los papeles, y allí caí en picado. Era imposible mantener la concentración
con cuatro críos correteando a tu alrededor y gente entrando y saliendo de tu
habitación las veinticuatro horas del día. En San Francisco creo que he vuelto a
encontrar ese estado del que tanto habla Ginebra.
Me estoy poniendo el
pijama de ositos blancos cuando suena el timbre.
- ¡Ya voy! -Me sale de la boca inconscientemente. En
verdad no debería de haber respondido. No cuando no hay nadie más en casa.
Vuelve a sonar.
Corro hacia la ventana y
miro con cuidado. Veo un monovolumen negro estacionado en medio de la calle. ¿Será
un ladrón? No, no creo que un ladrón aparque su coche ahí. En todo caso puede
ser un mafioso rico que viene a secuestrarme. O… Y vuelve a sonar el timbre.
Corro hacia la puerta y
abro.
Es Dylan Huron.
- Vaya… -Suspiro; después
de las historias que he imaginado ver a mi vecino casi que me decepciona.
El muchacho arquea una
ceja en señal de asombro y dice:
- Fiesta en casa de Brittany.
¿Pero qué le pasa a La arándano? No se cansa de fiestas.
- ¿Y en qué puedo
ayudarte?
Dylan se está tronchando
de risa.
- ¡Que vengas!
- ¿Yo?
- No, este osito -Señala
mi hombro - ¡Pues claro!
- Pero… -Trato de pensar
algo rápido; algo creíble - no he cenado.
- Allí habrá comida
-Replica.
Maldita sea.
- Tengo que cambiarme, yo
sólo te retrasaría.
- Adam nos lleva en coche
-Me pongo de puntillas y pronto veo la figura de Adam al volante.
No tengo escapatoria.
- De acuerdo. -No me puedo
creer lo que estoy diciendo.
Subo las escaleras de dos
en dos y busco rápidamente en mi armario algo que ponerme. Es una fiesta. ¿Cómo
se suele vestir la gente para las fiestas? Al final me decido por un peto
vaquero y una camiseta de rayas marineras. Me calzo con unos zapatos de charol
que heredé de mi hermana y salgo por la puerta.
Adam saca la mano por la ventanilla
y la agita.
- ¡Vamos!
Me subo atrás y en mi rostro se dibuja una sonrisa. Se siente bien que los Huron me tengan en cuenta para ir a una fiesta. El motivo, por ahora, no me interesa ni lo más mínimo.
Me subo atrás y en mi rostro se dibuja una sonrisa. Se siente bien que los Huron me tengan en cuenta para ir a una fiesta. El motivo, por ahora, no me interesa ni lo más mínimo.
Jess balancea la bolsa que lleva en la
mano izquierda de un lado a otro. Está preciosa con su cabello rubio recogido
en una larga coleta que cae sobre su espalda descubierta. Lleva una camiseta de
tirantes rosa que deja gran parte de su espalda al aire, remetida por unos
vaqueros cortos. Se ponga lo que se ponga, Jess siempre va preciosa.
- Un batido de fresa y arándanos. – Dice.
- Un zumo de mango. – Pido yo con una
sonrisa. El mango me obsesiona casi tanto como la vainilla.
El chico del puesto de zumos y batidos
se afana por preparar nuestros pedidos a toda prisa. Siempre que venimos al
centro comercial, acabamos en este puesto. Es lo que le pone el punto final al
día, nuestra última parada después de haber acabado las compras.
Escucho murmullos, gritos y risas; el
típico jaleo de un grupo de adolescentes. Creo reconocer una voz y estoy a
punto de girarme, pero en ese momento el chico del puesto posa nuestras bebidas
sobre el mostrador. Cojo la mía y pago lo que corresponde.
Un brazo rodea mis hombros y me tenso
ante el contacto, poniéndome alerta.
- ¿Pero qué ven mis ojos? Qué bonita
coincidencia. – La voz que he creído reconocer antes llega a mis
oídos. Mis músculos se relajan, no hay por qué estar alerta, solo es
Noah.
- Hola. – Respondo, sonriente.
- ¿Qué os trae por aquí? – Dice, dedicándole una sonrisa a Jess a la vez que inclina la cabeza, a pesar de que
no la conoce.
- Estamos dando una vuelta, comprando
algo. – Respondo, aunque es bastante obvio, ¿qué íbamos a hacer si no en un
centro comercial?
- ¿Y cuántos libros has comprado? – Me
pregunta, tirando del borde de la bolsa que llevo en la mano.
- ¿Quién te dice que he comprado
libros?
- Eres tú, Cordelia. – Me responde con una
mirada significativa.
Asiento, pero no le enseño el contenido
de mi bolsa, sino que lo imito y tiro de la suya. Él saca a la velocidad del
rayo el objeto que hay dentro y me lo enseña con una gran sonrisa, tan
ilusionado como su hermanito con el helado.
- Es un videojuego nuevo. – Dice. Lo
reconozco, sé que es algo relacionado con construir pueblos e imperios en la
Edad Media porque Jake lleva días hablando de él.
No me da tiempo a responder porque sus
amigos empiezan a llamarlo.
- Vamos Noah, deja ya de ligar tío, que
tengo entrenamiento. – Dice uno, un chico muy alto y de cabello muy oscuro.
- Déjalo tío, si con esa cara que le ha
dado la vida no va a llegar lejos. – Le responde otro de ojos azules.
- Sois unos idiotas, no sé cómo os
aguanto. – Responde Noah, poniendo los ojos en blanco y yendo hacia ellos.
Se gira una última vez para despedirse,
se lleva dos dedos a la frente para luego separarlos mientras se inclina en una
pequeña reverencia y me dedica una sonrisa brillante. Yo simplemente le sonrío
y digo adiós con la mano.
- ¿Ese era Noah el del pueblo? Normal que
te guste tanto ir…- Dice Jess antes de tomar un sorbo de su batido.
- ¡Jess! – Le respondo dándole un
pequeño manotazo en el hombro. – Además, no eres quién para hablar, ¿qué tal
Hunter, eh?

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